Veleros en Saint-Tropez: una mañana entre historia, viento y mexicanidad
Saint-Tropez: Moda, Mar y Movimiento
El puerto de Saint-Tropez se transforma en un escenario donde el mar dicta la hora y los veleros desfilan como bailarines de otro siglo. Nosotros llegamos a las diez y media, con esa mezcla de emoción y prisa, para abordar el Pershing 70, que sería nuestro balcón flotante para mirar cómo empieza la regata.
Observar los veleros desde un yate convierte el espectáculo en una vivencia aún más cautivadora, de esas que se graban en la memoria con la fuerza de una postal imborrable. El Pershing 70 es una joya italiana: sus líneas plateadas, casi escultóricas, parecen trazadas por el viento, mientras que su interior ofrece un equilibrio perfecto entre sofisticación y confort. Con capacidad para acoger hasta 16 personas durante el día y tres cabinas principales que evocan la intimidad de un hotel boutique sobre el agua, este yate redefine lo que significa navegar con estilo.
Saint-Tropez tiene muchas caras: la del glamour, la del cine francés que aquí encontró su escenario eterno y la de los marineros que durante siglos han surcado este Mediterráneo. Pero entre todas esas facetas, la regata de veleros ocupa un lugar único. Fue creada en los años 1980, cuando un grupo de apasionados decidió reunir barcos clásicos y modernos para devolver a este puerto su alma marinera. Así nacieron Les Voiles de Saint-Tropez, donde el viento sopla sobre embarcaciones que parecen salidas de un museo… pero que aquí siguen vivas, navegando con orgullo.
Verlos partir es como asistir a un desfile de moda náutica: velas que se abren como faldas, mástiles que parecen columnas de catedral y tripulaciones que se mueven con la precisión de una danza milimétrica. Hay barcos centenarios codeándose con yates ultramodernos, y cada uno cuenta una historia.
Desde mi mirada mexicana, el espectáculo tiene algo de familiar: el mar como espacio de encuentro, la fiesta como pretexto para unir tradiciones y el color que vibra en cada vela como si fueran alebrijes flotantes. Mientras el sol refleja tonos dorados sobre el agua, pienso que, igual que en nuestras ferias y procesiones, aquí también la comunidad se reúne a celebrar lo bello y lo eterno: el mar y el movimiento.
La regata de Saint-Tropez no es solo una competencia: es un recordatorio de que el Mediterráneo, como nuestras costas mexicanas, siempre será un puente entre culturas, un escenario para la imaginación y un lugar donde el viento nos recuerda que la libertad se navega.
Artículo realizado por:
Abigail Betsabe López CruzEditora:
Luisa Álvarez
“Para ser hay que existir.
Para existir hay que vivir.
Para vivir hay que amar.
Para amar hay que sentir.
Para sentir hay que aprender.
Y para aprender hay que errar…”